En un lugar del
Conurbano, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que
andaba yo metido en una especie de barcito, a un horario
intempestivo, cuando en de repente sentí la necesidad ancestral de
refrescar la garganta con un clásico argentino.
Llamo al mozo con el
característico lenguaje mímico que sólo los mozos de gran
experiencia entienden, y éste, después de unos 5 o 10 minutos, se apresentó.
--Un ferné.-- Digo.
--Mirá que es con
Manaos.-- Me dice.
Al principio no
entendí, pero fulminándolo con una mirada que decía “no me
importa, sólo traélo”, le dije: Está bien.
***Aquí comienza el
detalle de la reflexión que tuve mientras esperaba el trago***
Estoy acostumbrado a
pedir una cosa y que me traigan otra, pero esto ya es demasiado. En
Argentina, los bares o son de Coca o son de Pecsi, no hay otra. ¿Qué
es eso de Manaos? ¿Que garompa será?? No entiendo, ¿por qué tiene
un nombre tan gracioso? ¿Por qué no le ponen algo más serio, grandioso, bíblico... Como Goliat, por ejemplo?? Siempre lo mismo con
las porquerías que fabricamos acá, siempre con nombres pelotudos
para que todo el mundo lea o escuche el nombre y ya sepa que es una
garcada nacional, que no le llega ni a los talones a las producciones
de patente extranjera, que debe tener gusto a cola, pero a cola de
gato, y encima ahora deben estar en la barra mezclando el delicioso
elixir italiano con esta basura que lo va a arruinar, lo va a hacer
intomable, y como un forro de mierda que soy le dije que “está
bien”... Está bien las pelotas, ¡las pelotas están bien!
***La reflexión se
vió bruscamente interrumpida por la aparición del mozo, esta vez
con bandeja y un vaso alto cargado hasta el tope con un líquido
negro azabache. Se veía bien.***
--Aquí tiene
señor.-- Curiosamente ahora me trataba de usted.
Agradecí automáticamente y me dispuse a examinar el vaso alto, similar a un
tubo de ensayo de algún científico loco (y claro, me dije, sólo un
científico loco y forro puede mezclar un fernet Branca con Manaos),
lleno de ese líquido oscuro, amarronado a traslúz, espumoso, con
correcta textura, temperatura ideal, poco hielo y mucho trago, sin
pajita; si no fuera porque ya sabía que adentro estaba esa gaseosa
infame, hubiera concluído que se trataba del mejor vaso de fernet
que me han traído en años.
“Bueno, de algo
hay que morir”, me dije, y lo mandé para adentro...
No estaba mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario